Cuando el 27 de agosto de 1965 fue encontrado muerto en las aguas de Roquebrune-Cap-Martin, en el sur de Francia, el periódico local informaba de que el malogrado arquitecto era el turista peor alojado de la Costa Azul. Muy cerca de allí, sobre un peñasco azotado por las olas, el padre de la arquitectura moderna, autor de opulentas villas, pionero del hormigón, amante de las máquinas, inspirador del brutalismo y profeta de los rascacielos, había construido en 1952 su refugio vacacional, la única vivienda que proyectó para sí mismo.
«Tengo un pequeño castillo de 3,66 x 3,66 metros. Es extravagantemente confortable y bonito»
Una modesta cabaña recubierta de troncos de madera y dimensiones espartanas, apenas 13 metros cuadrados habitables, con espectaculares vistas al mar. Su percepción distaba mucho de la que ofrecía el autor de la crónica del suceso: “Tengo un pequeño castillo de 3,66 metros por 3,66 metros», había dicho. «Es espléndido y por dentro, extravagantemente confortable y bonito. Está ubicado sobre un sendero que llega casi al mar, incrustado debajo de los viñedos. Solamente el sitio ya es grandioso, un golfo soberbio con acantilados abruptos”, describió.
El arquitecto en el restaurante Étoile de Mer Pierre Meunier/Afp
El arquitecto conocía la zona porque su amiga y colaboradora, la diseñadora irlandesa Eileen Grey tenía en aquel tramo de la costa su casa de veraneo, la Villa E-1027, que él frecuentaba durante sus vacaciones. Más tarde se hizo amigo de Thomas Rebutato, un fontanero que se había jubilado a la orilla del mar y era propietario de un merendero, el Étoile de Mer, que frecuentaba casi a diario. En una de sus mesas, y en apenas tres cuartos de hora, dibujó los croquis de Le Cabanon como regalo de cumpleaños a su mujer, Yvette.
En ese momento Le Corbusier estaba planificando la nueva ciudad de Chandigar, en India, y trabajaba en su Marsella Unité d’Habitation, pero lo que proponía para sí mismo era radicalmente diferente a aquella arquitectura de máximos, con la que mostraba un total desapego a los bienes terrenales. Inspirado en el diseño compacto de las cabinas de los barcos y las celdas de los monjes, quería empujar el espacio hasta el mínimo habitable. «¡Ni un centímetro cuadrado desperdiciado! Una pequeña celda a escala humana donde se contemplaban todas las funciones».
Imagen del interior de Le Cabanon Rieger Bertrand/Afp
Le Corbusier diseñó la cabaña siguiendo las reglas del Modulor, su sistema de medidas a escala humana (supuestamente 2,26 metros de altura de un hombre con el brazo levantado), una perfecta machine à habiter con la que se reafirmaba en su creencia que las buenas proporciones y la luz abundante eran los componentes que marcaban la excelencia en la construcción. El minúsculo espacio contenía todo lo necesario para vivir (una cama, una mesa, dos cajones para sentarse, un armario, estanterías, un inodoro…), excepto cocina y comedor (conectó la vivienda a través de una puerta interior a su merendero favorito, el Étoile de Mer), y de ducha. Le bastaba una manguera en el exterior y el agua cristalina del mar donde se bañaba dos veces al día.
Le Corbusier decoró él mismo la vivienda con un mural
Durante 18 años, Le Corbusier pasó allí todos los meses de agosto, trabajando, dibujando y tomando notas para proyectos como la famosa capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamp. Pero lo que pretendía ser una muestra de amor, en realidad fue una decepción para su esposa, que se quejó amargamente a Brassäi. «Esperaba encontrar un apartamento ultramoderno con gran cantidad de ventanales y paredes limpias brillantemente iluminadas, un apartamento similar a aquellos diseñados para el millonario Charles de Beistegui, el pintor Ozenfant, el escultor Lipschitz y muchos otros. Imaginen mi sorpresa cuando entré a una reducida habitación rellena con extraños muebles y piezas industrializadas», cuenta el fotógrafo en sus memorias Los artistas de mi vida.
«Esperaba encontrar un apartamento ultramoderno… Imaginen mi sorpresa cuando entré a una reducida habitación rellena con extraños muebles», se quejó su esposa a Brassäi
Y aún: «Observa -le dijo- la celda en que mi marido me tiene enclaustrada… Solo mira. Me obliga a dormir en el suelo, en un baño junto al lavabo. Todavía no comprendo cómo me las he arreglado para vivir veinte años con este fanático y aguantar todas sus ideas disparatadas».
Le Cabanon es desde el año 2000 monumento histórico francés.
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